Por Celso Domínguez Cura
Debe de haber sido por el mes de agosto. Era de mañana y un sol radiante y potente nos anunciaba un día sumamente caluroso. Así que cuando llegaron los muchachos y dijeron que era cumpleaños de uno de ellos, y alguien comentó que se antojaban unas cervezas; otro de los amigos dijo: “No, no, no… si vinimos hasta aquí es por unos pulques”.
De modo que sin más trámite nos fuimos a la pulcata de Don Chencho y nos pedimos una cubeta llena de Neutle.
Una vez que llegamos a la casa y haciendo caso omiso de la sabia advertencia que nos había hecho don Pepe hacía algunos días, de que: “El puque no es para cualquiera y que hay que saberlo tomar, por que si no, es muy traicionero”, empezamos a servirnos unos repletos vasos de veladora y a decir, “Salud”.
Y las pláticas iban y venían, “Que si los Simpson, que la Samba del Che, y que cántate otra rola y vete por la otra jarra y que ahora ponle refresco rojo y una caguama, y que cámbiale de música, que esa ya me aburrió, y que ponle chile verde y cebolla como le hace tu papá, y que también con limón y que el de avena y jitomate… y que la otra jarra y otra, y otra más.
Hasta que de pronto ya todos nos veíamos completamente borrosos y desfigurados.
Nos fuimos quedando despatarradamente dormidos y aniquilados como si hubiera pasado un poderoso zunami y fuéramos el resultado de la devastación.
Recuerdo que llego el hermano de uno de los muchachos para llevárselo a su casa y yo me les pegué. Me subí a su coche y se arrancó…
Volviendo en mí, ahora me encuentro sobre la autopista México- Querétaro con enormes deseos de huir, pido un aventón a un chofer de autobús, a otro, y nadie me quiere llevar.
En un puesto de tacos está un hombre comiendo y en su plática le escucho decir que va para Tamaulipas, me le acerco y le pido que me lleve, él me mira sospechosamente y me pregunta qué a dónde voy, “A San Luis Potosí”, le contesto sólo por decir algo, a lo que él de inmediato responde: “¡Sale vámonos!, pero te advierto que no soy puto ni maricón”
Lo sigo a su auto y advierto que lleva una de las mangas de su camisa completamente ensangrentada y una metralleta colgada al cuello, pero ya no había regreso y empezamos la marcha.
Ya en el camino me pregunta que a qué me dedico. Le respondo que soy profesor, y que de pronto me nacieron unas tremendas ganas de ir a visitar a unos familiares de San Luis. Él por su parte me dice que es Agente Judicial Federal Antinarcóticos y que por eso va armado, que hacía unas horas había tenido un altercado con unos chamacos y tuvo que restregarles la cara con su ametralladora.
Después la plática se fue yendo por otras cosas sin importancia hasta que a boca jarro me pregunta que qué opino del gobierno. “Puedo hablarle sinceramente” le pregunto, “¡Claro!” me responde… y que me suelto, hable, y hable y hable, para finalmente decirle que “El gobierno no estaba haciendo las cosas adecuadamente y que iba de error tras error y que de continuar así, esto iba a terminar en un verdadero desastre”… Entonces le pregunto que él que opina, pone su cara muy seria y me dice: “Mira muchacho, en mi calidad de funcionario yo no podría darte mi opinión, sólo te puedo decir… que tal vez tengas razón” y en seguida agregó.
“Mira ya llegamos a San Luis”, “Pues aquí me quedo”. Me bajé de su coche y empecé a caminar en la oscuridad.
Fue aclarando el día más rápido de lo que me esperaba. De modo que cuando me di cuenta ya estaba yo en plena ciudad de San Luis Potosí, como empezaba a sentir una enorme sed y recordando que traía algo de dinero para poder desayunar, empecé a buscar en mis bolsillos y no traía absolutamente nada, entonces tome conciencia y me pregunté: “¿Y yo qué chingaos hago aquí?
Sin más, empiezo a caminar y caminar hasta que fui a dar con la Central de Autobuses, doy unas vueltas sin ton ni son, veo cuánto cuesta el boleto de regreso, vuelvo a salir y pienso que no estaría mal quedarme unos días, entonces al seguir caminando encuentro un grupo de albañiles en una obra y les pregunto que si no tienen chamba; uno de ellos con una sonrisa burlona me pregunta mirándome de arriba a bajo: “¿Deveras quieres chambear?..., porque la verdá no se ve que tu seas de este trabajo”, le digo que sí, y me dice que vuelva más tarde para que hable con el patrón, quedo de regresar y me retiro.
Estoy completamente decidido, me quedo. Voy haciendo planes… ¡y que me acuerdo!, ¡Las actas con las calificaciones! Y vámonos de regreso. Ahora con la enorme sed que siento empiezo a caminar como si me urgiera llegar a casa; levanto la mano pidiendo que me lleven y nadie me pela, así paso algunas horas y yo con la pinche cruda que a cada momento se acentúa, hasta que sobre una banqueta encuentro un grifo de agua y que me le pego, quería acabármela toda, pero tenía que seguir.
Más adelante se detuvo uno de los Ángeles Verdes y me recogió, me estuvo dando recomendaciones sobre cómo pedir aventón y en dónde podría ser más rápido y cómo comportarme, total que me dejó en Santa María del Río. Ahí me puse bajo un anuncio y a la primera señal me levantó un trailero que iba como alma que lleva el diablo “Nada más voy a Querétaro” me dijo, para no volver hablar hasta que se detuvo y me bajé.
Ya en Querétaro empecé a caminar sobre la autopista, y ahora la sed era un verdadero tormento, sobre un puente encuentro a un muchacho vendiendo dulces y unas hieleras llenas de aguas y refrescos, me le acerco y le digo: “Oye no seas gacho, regáleme un pinche coca, tengo un chingo de sed y voy hasta México”.
El muchacho solamente movía la cabeza de un lado para otro, me daban ganas de agarrarlo a chingadazos y quitársela; pero me contuve y seguí mi camino. Bajando por el Estadio de La Corregidora un taxista se detuvo y al preguntarme hacia dónde iba, sólo me dijo “Bueno algo es algo” y me dejó como a medio kilómetro.
Caminé otras buenas horas casi a la salida de Querétaro, cuando ya resignado a que nadie me levantara, me entretenía mirando los pájaros mientras la tarde caía y ellos parecían jugar con los últimos rayos de sol, cuando como autómata levanto la mano desganadamente, camino unos pasos, levanto la cabeza y sorprendido empiezo a correr; llego agitado, “¿A dónde vas?” me pregunta el chofer, “A México”, “Pues súbete” me dice y ahí vamos.
“Yo nunca me detengo a recoger a nadie, así que corriste con suerte porque ya me andaba meando” me pregunta qué ando haciendo, le cuento la historia y sólo le da risa, para preguntarme si ya me la había curado, le dije que no, “No te preocupes yo vengo igual de crudo, me puse una pinche pedota del tamaño del diablo, pero ahorita nos la curamos”.
A cada momento buscábamos si veíamos alguna tienda sobre la carretera, pero nada, y yo con la pinche sed insoportable, luego sacó una bolsa de camarones secos y empezamos a comer, y seguíamos buscando por si veíamos algún anuncio de CERVEZA, cuando deteniéndose, me dice: “Mira tráeme ese garrafón lleno de agua y de paso preguntas al tipo de la vulcanizadora si no sabe dónde venden cerveza”.
Así lo hago, regreso con el garrafón y le digo que más abajo hay un depósito de cerveza, me da el dinero y bajo por una calle empedrada; siguiendo las instrucciones del de la vulcanizadora, doy vuelta a la izquierda y allí está un establecimiento que dice CERVEZA FRÍA, llego con la dependienta y le pido dos seises, quien al verme me dice “Pero bien frías verdad” “Sí, por qué” le respondo, “Pues se ve que traes una pinche curda que apenas puedes con ella”.
Regreso y me dice el chofer: “Ponle carnal, yo ahorita le entro”. Tomé una lata, la destapé y empecé a beber, pero… ¡con qué placer!, parecía que revivía y en cada trago sentía como si por mis venas empezara a correr mi sangre nuevamente.
Y así seguíamos sobre la carretera y ya entrados más en la plática me dice el chofer: “Oye cabrón me caes a toda madre, es más te voy a presentar a mis hijas, que no es por nada pero están bien guapas, la neta me gustarías para yerno, y no hay pedo, en Tepito tenemos unos puestos de fayuca y nos vas re bien, al rato te doy mi número de teléfono para estar en contacto”, le digo que estaría bien y seguimos en la plática hasta que ya llegando por la Quebrada le digo: “Sabes qué, me dejas ahí por la Kimex” “No cabrón te voy a dejar hasta tu casa”.
Así que dimos vuelta por la KIMEX, entramos por la carretera al Lago de Guadalupe y subimos por mi colonia. “Oye, ¿cómo se llama aquí?” Las Peñitas, le contesto, y esto es Atizapán. “¡No mames,! Hasta dónde chingaos me ando metiendo”.
Pasamos por una tienda compramos unas caguamas; íbamos llegando a la casa y pinche camión que se nos va calle abajo, como había llovido, se atascó y lo tuvimos que sacar con la ayuda de otros vecinos… y ahí vamos de nuevo.
Llegamos a la casa, nos bebimos las cervezas y ya nos ganaba el sueño, le ofrezco que se duerma en un sillón, pero me dice: “No carnal, la casa de un camionero es su propio camión, nada más préstame una cobija y en la mañana antes de irme te la paso”. Le di la cobija y me acosté para quedarme en el más profundo de los sueños.
Cuando desperté ya el sol penetraba luminosamente por la ventana, salí para ver al camionero y despertarlo pero ya no estaba. Me encuentro a uno de mis vecinos que me pregunta que dónde andaba, le cuento lo sucedido y me contesta: “Pues de cuál pulque tomaste; porque si fue del de Don Chencho, ese sí que hace soñar”. Me quedé pensando si efectivamente todo eso no sería un sueño.
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