Por Celso Domínguez Cura
Mi nombre es Camilo Gutiérrez, y efectivamente como les iba diciendo. Era el mes de octubre y Por ese entonces yo tenía 18 años, era realmente un jovencito. Eran los días en que los trabajadores aún teníamos dignidad, pues se hicieron grandes movimientos de huelga; y un poco contagiado por eso y también porque, como joven, mi espíritu rebelde, como siempre me inclinaba a no dejarme de nada ni de nadie, fue que empezamos un movimiento, y sin embargo, no me imaginaba lo que en los siguientes días me esperaba. Entonces no faltó quien protestara en esa empresa de cromados y estañados de México, que me parce así se llamaba la fábrica donde trabajaba.
El caso es que iniciamos un movimiento en el cual teníamos varias demandas, entre ellas la entrega de uniformes, zapatos y un litro de leche. Lo cual logramos sin mucha dificultad. Yo era un estudiante y como producto de mis lecturas de entonces, se trataba de empoderar al proletariado y mejorar las condiciones de trabajo. Debo decir que era la primera empresa en la que yo laboraba, y cuando llegué y entré a la planta ésta me dio la impresión de ser una verdadera cloaca.
Llena de una especie de telarañas, las paredes derruidas y muchos de los trabajadores embozados, cubiertos de los pies hasta la cabeza, parecían una especie de zombis; y luego el nauseabundo y repugnante olor a cromo, hacían pensar en un lugar propio de las películas de terror.
Pero ¿por qué les estoy platicando esto?... ¡Ah! Ya me acorde. El caso es que después del movimiento que habíamos iniciado, el supervisor o capataz de la empresa me llamó para decirme que estaba bien lo que se había logrado, pero que el patrón de hecho ya había estado pensando en otorgar esas prestaciones para finalmente decirme:
-Mira, échanos la mano, no se trata de estar grillando y alborotando a cada rato, ya ves el patrón les dio esas prestaciones, que no son propiamente su responsabilidad porque tú sabes…
-Ya, ya, al grano, dime de que se trata.
-Mira, nada más de que te la lleves tranquila, que ya no haya alboroto. Eso es todo.
-Si se cumple con los acuerdos, no habrá ningún problema- le dije con un espíritu de gloria y de haber redimido a mis compañeros.
Pero, ¿en qué me quedé?... sí, ya me acordé. Ya iba yo de salida cuando me llama nuevamente el supervisor y me dice- mira vamos a hacer un paseo al Santo Señor de Chalma, es una caminata que hacemos cada año, ¡vamos! Te invito, van a ir varios de los muchachos de la empresa, sirve que así nos integramos mejor.
Como yo no tenía mucho que hacer ese fin de semana y un tanto picado por la curiosidad acepte de inmediato. La cuestión es que nos organizamos y para el día sábado después de recibir nuestra paga ya estábamos listos para irnos a visitar al Santo Señor de Chalma.
Han de haber sido como las tres o cuatro de la tarde.
Después de hacer algunas compras en un centro comercial, abordamos el autobús y todos los muchachos íbamos alegres y ya algunos traían sus cervezas, los guías también llevaban una botella de Ron Bacardí, hielos y sus respectivas Coca-Colas. Cuando el autobús se arrancó se tambaleó con tanta fuerza que nos dio un estremecimiento, más aún que el mismo chofer no sabía a qué se debía tan terrible movimiento, incluso bajó y no vio absolutamente nada. Pero como ya todos estábamos emocionados por el viaje y con unas cervezas encima, de inmediato se nos olvidó y cantando y gritando con gran barullo seguimos nuestro viaje.
El autobús se enfilo por Cuernavaca, la cosa era que íbamos a atravesar un buen trecho de sierra hasta llegar a nuestro destino. Cuando llegamos al lugar donde nos dejaría el autobús se había soltado una tremenda tormenta, y entre trueno y trueno los rayos penetrando las gruesas gotas de la lluvia, de pronto iluminaban los boscosos cerros dándole un toque tétrico y tenebroso, para quedar nuevamente en la oscuridad más absoluta.
Algunos de los compañeros que la hacían de guías; sacaron sus lámparas de baterías y antes de empezar la caminata, todavía preguntaron: -¿Cómo ven, nos regresamos o le seguimos?
Algunos de los muchachos sucumbieron ante la duda, pero yo me apresuré a decirle que continuáramos el camino.- Pues ya estamos aquí, ya ni modo de echarnos para atrás.
-Bueno, el que quiera regresarse, de una vez, porque el camión ya se va- Dijo con contundencia el supervisor, pero nadie se movió.
Empezamos el recorrido por un largo camino de terracería, íbamos el supervisor y dos muchachos que siempre le seguían, y adelante de nosotros los guías ya visiblemente borrachos.
Habíamos acordado que a quien fuera adelante se le iría nombrando para que no nos perdiéramos. Así que como siempre ya aburrido de ir detrás de los otros, me enfilé hacia adelante y ya sin quererlo iba yo al frente del grupo, tan sólo siguiendo de cuando en cuando las indicaciones de los guías. Caminábamos, y la lluvia por momentos se detenía dejando ver una luna llena entre girones de nubes, para ocultarse nuevamente, mientras nosotros tropezábamos y nuestros pies se hundían en el lodo.
-¡Camilooo!- Me gritaban los compañeros.
-¡Aquíiii voooy! Les respondía yo.
Y otra vez.
-¡Camilooo!
-¡Aquí vooooy!
De pronto se nos afiguraban espectros, y de entre la oscuridad se escuchaban algunos ruidos que hacían volar nuestra imaginación hasta la altura misma de los árboles. Así anduvimos entre subidas y pronunciadas pendientes entre hierba húmeda y árboles derrumbados.
-¡Camilooo!- me volvían a gritar los compañeros
Y nuevamente les respondía
-¡Aquí voooy!
Y nos tropezábamos y resbalábamos y nos reíamos estruendosamente a cada caída.
-¡Camilooo!- … y apunto estaba yo de responder cuando resbalándome siento que se me mueve el piso como si me jalaran una aceitosa alfombra.
Sentí un contuso golpe en la cabeza, me removí un momento sacudiéndome tratando de levantarme cuando; siento que me jalan de un brazo al momento que me dicen:
-Levántese joven, ¿qué, anda perdido?-
Apunto estoy de responder pero me quedo sorprendido al ver a mi interlocutor, un hombre delgado, barbado y de penetrante mirada. Rodeado de muchas gentes con grandes antorchas encendidas.
Empezamos a caminar mientras nos seguían las demás personas como si estuvieran en una peregrinación. El hombre que dijo llamarse Faustino Morales me platicaba mientras caminábamos. Yo le dije que venía con unos amigos a ver al Santo Señor de Chalma pero que me había caído y no sabía dónde habían quedado mis compañeros.
-Mire joven, aquí la gente no es mala, va a ver como encuentra a sus amigos, los acabamos de ver por las veredas de allá abajo- Me decía don Faustino con un tono amable y tranquilo que transmitía un agradable paz.
Nos quedamos en silencio un rato mientras las mujeres y todo el grupo entonaban sus sentimentales alabanzas.
“Altísimo señor que supiste fundar
A un tiempo en el altar.
Ser cordero y pastor… “
Y nuevamente don Faustino retomaba la plática.
-¡No!, si estos lugares son muy peligrosos y no lo digo por otra cosa, sino por las carreteras, y más con estas lluvias. Pero ya ve los gobiernos sólo se quedan con el dinero y hacen unas obras muy feas- continuaba don Faustino mientras los coros de las mujeres seguían.
“Quisiera con fervor
Amar y recibir
A quien por mi…
Quiso morir”
-Si, pero qué le vamos a hacer, así son las cosas. Mire joven, le voy a pedir un favor- continuaba don Faustino- casi a la entrada del pueblo está una casa con unas rejas verdes, la va a reconocer lueguito llegando porque hay una tiendita y en la entrada se ven unos cafetales. Ahí vive el señor Benito, solo dígale que le manda saludos su compadre Faustino. Nosotros todavía nos vamos a demorar, ya después pasaré yo a saludarlo. Y no se preocupe, sus amigos ya por ahí vienen- Le di las gracias, seguí mi camino mientras esa multitud de antorchas se perdían en la oscuridad.
-¡Camilooo!
-¡Aquí vooooy!, digo ¡aquí estoy!
-No manches, ¿dónde andabas?- me preguntó el supervisor que venía al frente de los dos compañeros que siempre le seguían.
-Pues con los de la peregrinación.
-¿cuál peregrinación?
-Pues ahí van, ¿qué no los vieron? son como cincuenta y llevan antorchas.
-Qué peregrinación ni qué nada, ¡vámonos! Que ya todos vienen bien borrachos y nos falta un buen rato para llegar.
Los dejamos descansando mientras te buscábamos- me dijo el supervisor molesto y un tanto nervioso.
Bajamos de la sierra con la claridad de la mañana. Se sentía un rico aroma a café, así que buscando de donde venía. Llegamos hasta una casa que era exactamente como me la había descrito don Faustino. Entramos en la tiendita para comprar unos panes. Del fondo del establecimiento salió un anciano de ojos vivarachos pidiendo que nos sentáramos mientras nos despachaba. Picado por la curiosidad a boca jarro le pregunté al anciano:
-Oiga disculpe, ¿es usted don Benito?
-Sí joven ¿por qué?
-¡Ah!, porque lo mandó saludar don Faustino, Faustino Morales el de la peregrinación; me lo encontré allá arriba.
-No puede ser- me contestó don Benito incrédulo- MI compadre tiene muchísimos años que murió- agregó dejándonos mudos por la sorpresa.
-¿entonces era cierto lo que viste?- dijo el supervisor con los ojos saltones.
-Sí jóvenes. Precisamente venían para acá, él vivía en México. Pero cada año venían al santuario.
Esa vez era un camión completito, se desbarrancó en una noche de lluvia, no hubo ningún sobreviviente. Todos murieron. ¡Ah qué mi compadre! Otra vez visitándonos, Sí, ya me habían dicho que algunas veces por ahí se lo encontraban. Y también que en las noches se ven muchas antorchas en la sierra.
Sólo estuvimos un rato en el santuario, y recorriendo el pueblo. Ya de regreso en el autobús el supervisor, venía con su perorata:
-Te digo, que eres de los elegidos, estás señalado… eres todo un líder. Hasta que me fastidió y haciéndome encabronar le dije: ¿Qué creé usted que es muy bonito saber que uno anduvo caminando entre los muertos? Ya deje de dar lata.
El supervisor unos días después desapareció y no supimos, ni nos dijeron nada de él.
¡Ah, qué caray!... y siempre por estas fechas me acuerdo de este suceso, ustedes disculpen. ¿Qué cómo me llamo? A que muchachos tan olvidadizos. Camilo Gutiérrez para servirles. Y ahora sí me voy, con su permiso…
No hay comentarios:
Publicar un comentario