Por Celso Domínguez Cura
Tal parece que la violencia se ha hecho endémicamente presente en nuestro país. Pues esto se hace patente día con día sin que se vea para cuando podamos vivir en relativa paz social. Podría decirse que la violencia se ha hecho una forma de hacer política, o más bien constituye plenamente parte de una política de Estado.
Primero.
Sólo quien llega legítimamente al poder puede ejercerlo con la plenitud que le da el cargo, pero cuando desde el gobierno federal, se tuvo la duda y quedó en entre dicho el triunfo de quien ahora detenta el cargo en la presidencia; entonces ese poder es de por sí endeble. Por tal razón quien llega al cargo de esa manera tan deleznable, no está dispuesto a compartir el poder con nadie.
En segundo lugar: se dice que hay dos formas de legitimarse en el poder, (lo mismo se decía de Salinas de Gortari). Una es mediante el voto ciudadano y la otra mediante el ejercicio del poder. Felipe Calderón trató de hacerlo mediante el uso de la fuerza, declarándole la guerra a los señores del narcotráfico metiéndonos en una espiral de violencia y muerte que hasta la fecha parece no tener fin.
De igual manera, ahora Enrique Peña Nieto ha tratado de legitimarse de muchas maneras que va desde la implementación de las llamadas reformas estructurales, como la reforma energética, hasta con la puesta en práctica de una estrategia de desarrollo social, que no cambia la situación de pobreza de millones de mexicanos pero que sí se espera, tendrá su rentabilidad política electoral; al tiempo que no ha cambiado su estrategia de combate al crimen organizado.
Digo que la violencia es una política impuesta desde el poder, porque al parecer no se está dispuesto a cambiarla. Por el contrario, más bien parece que de lo que se trata es que esto vaya creciendo hasta que lo único que prevalezca sea el terror. Muertes, desapariciones, secuestros. Son consecuencia de la Política Económica que no genera empleos pero sí genera pobreza.
Mientras la corrupción sigue campeando desde los más modestos municipios hasta las altas esferas del poder político y económico-empresarial. No hay colonia, barrio o comunidad en la cual la muerte y la violencia es ya un hecho cotidiano. Tal parece que ya no se está en condiciones no sólo de vivir con seguridad, sino que se ha ido perdiendo el sentido de lo que significa la vida.
El lamentable caso de Ayotzinapa, no es más que el corolario de toda esta política. Pues un gobierno que obedece más a los intereses de los grandes grupos de poder que a los ciudadanos, no resiste cuestionamientos. Y siempre verá en las demandas de la sociedad un peligro para su supervivencia. Y ya que no puede controlar, su principio y forma de ejercer el poder siempre será la fuerza.
De este modo, el caso extremo será pasar al terror como la máxima manifestación de la violencia. Aislar, cooptar (como ya lo han hecho con buena parte de la clase política de que se decía de izquierda, “izquierda moderna”). Ya que mediante el terror y el miedo se busca siempre desarticular toda forma de oposición organizada. Sin embargo no podemos dejar que todo esto nos avasalle, indignémonos, actuemos y no permitamos que esta política y esta violencia se nos hagan una lamentable costumbre.
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