Desde hace muchos años estamos en permanente guerra. Sin embargo, no ha sido una guerra, salvo en algunos casos muy señalados, con las armas en las manos.
Es y ha sido una guerra sin tregua, un continuo bombardeo desde los medio de comunicación; una guerra en la que se ha condenado a millones de mexicanos a la pobreza, a la miseria más atroz que uno se pueda imaginar.
Una guerra que se ha expresado también en una supuesta democracia, en la cual se condena a millones de personas al hambre para después poderle cambiar su futuro por un mísero plato de lentejas…
Pero esta guerra que en algún tiempo tuvo un cierto éxito porque se manifestaba de manera muy sutil, dio paso a una declarada guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado pero que en realidad no es sino contra los de abajo.
Sí, siempre contra los de abajo. Porque al empobrecer a los ciudadanos se les orilla a inclinarse por las conductas delincuenciales.
Además de que se nos acostumbra a la violencia y se nos hace pensar que todo lo que ocurre es por culpa misma de quienes se ven enredados en dichos actos delictivos, siempre es culpa de ellos jamás del sistema. Y eso es una de los peores crímenes; el tener sujetos política y económicamente a los seres humanos, a partir del hambre.
Pero ahora esto toma dimensiones demenciales cuando el Estado representado por el gobierno –que debiera garantizar la seguridad de los ciudadanos, y promover políticas públicas que realmente beneficien a los ciudadanos- por el contrario se ha dedicado no sólo a desmantelar lo que es el patrimonio de todos los mexicanos sino que ha caído descaradamente en tentaciones, o más bien ha pasado de las tentaciones a una aplicación sistemática del autoritarismo.
Los acontecimientos de Ayotzinapa con la desaparición de los 43 normalistas es la clara muestra de los desatinos, de una política errónea para distender y resolver los conflictos, pero sobre todo es la manifestación total de un modelo económico y corrupto que ya no satisface a los ciudadanos. Además de ser una manifestación terrible de un sistema que le apuesta al horror para seguir reproduciéndose.
Pero por otro lado, y esto es lamentable, que se a partir de las desapariciones forzadas y de la posible muerte de 43 estudiantes, es que sólo entonces todo un pueblo se indigne y ahora está movilizado.
Por lo cual al Estado, al gobierno le ha entrado un terrible miedo, pues el antídoto contra los malos gobiernos siempre será un pueblo movilizado, por tal razón, no es casual que ahora se apruebe una ley que controle o reglamente las marchas, las movilizaciones.
Y por otro lado se busque, se culpe -como lo ha dicho Mauricio Merino hace unos días en el programa “El mañanero”- a los municipios, otra vez siempre a los de abajo, pero no a las cúpulas del gobierno.
No olvidemos tampoco que otra de las tentaciones del gobierno, en el sexenio de Calderón también se propuso, ha sido la reducción del número de diputados y ahora el PRI lo proponía a partir de una consulta… cuestión en la que muchas personas, dado el desempeño de muchos legisladores, estarían de acuerdo, pero del modo en que se ha planteado no deja de ser un paso mayor al autoritarismo pues, sin el aval de un proceso en el cual se plateara desde un nuevo constituyente eso no es más que dar paso, (pues la distancia sería muy corta) a la disolución del congreso y de ahí a la dictadura.
Por todo lo anterior, ahora que gran parte de los ciudadanos están movilizados es preciso no detenerse pues retroceder es volver no sólo atrás sino al pasado más remoto, este puede ser el tiempo, el preciso momento de empezar a cambiar todo este estado de cosas, de detener toda esta ignominia, y por ello -parafraseando a John Lennon- el poder lo pueda realmente tener la gente, por lo pronto “Feliz Navidad… la guerra no ha terminado”.
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